Incluso si los líderes occidentales logran limitar las consecuencias inmediatas del brote de COVID-19, significará poco sin esfuerzos prospectivos para fortalecer los sistemas liberales y democráticos desde adentro. Tal fracaso podría equivaler a entregar la victoria a la China en la competencia global de ideas que ahora está en marcha.
MADRID – En una mezcla de cruel ironía y notable presciencia, el tema de la Bienal de Venecia del año pasado –la 58ª encarnación de la exposición de arte bienal– fue: "Que vivas en tiempos interesantes". La frase, supuestamente una traducción de una vieja maldición china, estaba destinada a resaltar la precariedad de la vida en esta era peligrosa e incierta. Con la pandemia de COVID-19 devastando al mundo y ningún tipo de liderazgo mundial creíble, esa realidad se ha vuelto imposible de ignorar.
Venecia siempre ha sido un monumento al ingenio humano. Situada en el lugar más improbable, se destacó como un centro de comercio e intercambio, con el apoyo de las instituciones que sustentaron la primera era de la globalización. Fue, por lo tanto, un antecedente del internacionalismo liberal, y sigue siendo un símbolo de la razón, de los valores humanísticos y de un logro artístico impresionante.
Hoy, Venecia, como la mayoría de Europa, está vacía. Además, los valores y posibilidades que ella representa no se ven en ninguna parte, ni en el continente, ni más allá. En cambio, el mundo aparentemente está a merced de los Estados Unidos y de la China, que parecen estar más preocupados por mantener su competencia de grandes potencias, que en resolver la crisis provocada por el COVID-19.
Esta competencia por la primacía global, que se ha ido intensificado durante años, también es un choque de modelos. El sistema chino privilegia la armonía social que se encuentra en el corazón del confucianismo. El sistema americano, y, de hecho, el occidental, enfatiza la primacía del individuo, en la tradición de la Ilustración.
La respuesta a la crisis de COVID-19 ha puesto de relieve esta diferencia. En la China, las autoridades locales inicialmente suprimieron la información sobre el virus, para proteger la reputación del Partido Comunista. Cuando eso resultó insostenible, el gobierno implementó bloqueos draconianos. Desde entonces, ha estado impulsando la narrativa (a pesar de los datos dudosos) de que estas medidas han logrado frenar la propagación del virus en China y son cruciales para una respuesta efectiva en cualquier parte.
En los Estados Unidos, por el contrario, la crisis se ha caracterizado por la tensión entre los derechos individuales a "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad" que sostiene la Declaración de Independencia. La pandemia amenaza la vida, pero la respuesta necesaria para proteger la vida socavaría la libertad; la búsqueda de la felicidad se verá afectada de cualquier manera. Ninguna crisis en la memoria reciente ha planteado un desafío tan completo para los pilares del liberalismo occidental.
Por supuesto, ha habido amenazas a la vida antes. El espectro de un intercambio nuclear durante la Guerra Fría implicaba la posibilidad de bajas muy superiores incluso a las peores predicciones para la pandemia de COVID-19. Pero el riesgo fue en gran medida teórico. Y la lógica de la destrucción mutuamente asegurada, si una parte lanzara un ataque nuclear, ambas partes perecerían, resultó ser un poderoso elemento disuasorio.
En el caso de COVID-19, por el contrario, el riesgo es tangible y específico. Las personas están contrayendo este virus y las personas mueren solas, obligadas a decir adiós a sus seres queridos por medio de videollamadas. No hay cura, y mucho menos una vacuna, y es tan contagioso que los sistemas de salud se están abrumando. Esto ha generado un sentido simultáneo de urgencia e impotencia con el que la Guerra Fría no se compara.
Las democracias occidentales también han restringido la libertad durante crisis anteriores. Luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, la Ley Patriota de los Estados Unidos amplió drásticamente los poderes de vigilancia e investigación de las fuerzas de seguridad. La violencia terrorista más reciente en Europa ha llevado a desarrollos similares.
Pero, otra vez, la amenaza planteada por la crisis COVID-19 es mucho más inmediata y palpable. Las escuchas telefónicas subrepticias son una cosa; la restricción a la libertad de locomoción es otra muy distinta. Hasta ahora, los bloqueos, las cuarentenas y los controles fronterizos han sido ampliamente aceptados según sea necesario, pero cuanto más duren, más erosionarán los cimientos de las sociedades libres.
La idea atractiva pero amorfa de Thomas Jefferson sobre la búsqueda de la felicidad es particularmente vulnerable. En las últimas décadas, a medida que la idea de un capitalismo sin restricciones se ha apoderado de la conciencia pública, la felicidad se ha equiparado con la seguridad económica y la prosperidad. Es una métrica superficial, pero la forma en que hoy se mide la satisfacción en términos brutos definirá la respuesta a la crisis.
Esa respuesta está haciendo que las economías se detengan. En los EE. UU., 6.6 millones de personas solicitaron beneficios de desempleo la semana pasada, luego del récord de 695,000, establecido en 1982, fuera abrumado por los 3.3 millones de reclamos de la semana anterior. Como lo demostró la secuela de la crisis financiera de 2008 en Europa, el desempleo masivo y el ajuste de cinturón pueden ser muy perjudiciales, ya que alimentan la desconfianza en las instituciones existentes.
Junto con las amenazas a la vida y los límites a la libertad, la próxima crisis económica profundizará las dudas sobre el liberalismo occidental y debilitará su posición en la competencia global de las ideas que está actualmente en curso. Por lo tanto, es imperativo que los líderes occidentales no solo limiten la propagación de COVID-19, sino que también fomenten la cohesión social, diseñen un camino creíble hacia el crecimiento y la normalidad, y revitalicen los valores e instituciones que sustentan las sociedades democráticas liberales. Para tener éxito, deberán revivir el espíritu de que la ciudadanía implica tener deberes y derechos. Las escenas de heroísmo de los profesionales médicos, los trabajadores de servicios y los miembros de la comunidad que la pandemia ha producido deberían ayudar a avanzar en este objetivo.
Incluso si los líderes occidentales logran limitar las consecuencias a corto plazo del brote de COVID-19, ello significará poco sin los esfuerzos prospectivos para fortalecer los sistemas democráticos liberales desde adentro. Tal fracaso dejaría a Occidente vulnerable ante una China que, con precisión o no, presenta su modelo como la mejor solución a los desafíos de estos tiempos interesantes.
*Publicado en The Chronicles por Ana Palacios el 3 de abril de 2020 https://www.chronicles.rw/2020/04/06/can-liberal-democracy-survive-covid-19/ y traducido al español por Andrés Wyld.

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